Autocomplacencia y humanismo.

La autocomplacencia es una droga. Tengo varios amigos que padecen de ella, propensos a la depresión o a la violencia originada por la gran diferencia que se produce entre las altas expectativas propias en comparación con lo que se percibe recibir de los demás. Un balance emocional que generalmente es negativo, manteniendo cautiva a la persona en una sola tarea interna, evaluar de forma sesgada a los demás. Esto a mi parecer es una reminiscencia adolescente no superada y que se arrastra para el resto de la madurez ocasionando que las personas con este tipo de actitudes nunca puedan encontrar una paz interna verdadera, una tranquilidad basada en aceptarse y amarse a sí mismos equilibradamente, para poder así amar a los demás. La autocomplacencia va en contra de “Ama al prójimo como a ti mismo” y esta está proliferando en muchas partes del mundo.

Sin embargo, he notado que la autocomplacencia no es una actitud que aparece únicamente en individuos, sino que también la muestran grupos, cofradías, movimientos sociales de toda índole, incluso países y regiones. El mundo hoy esta sufriendo esta manía, disgregado y fisurado, alimentando peligrosamente, diferencias y tensiones que podrían acabar en guerras, sin duda reforzar el terrorismo, y ante la ola de inmigrantes en el mundo azuzar nacionalismos extremos, debilitando el humanismo en la forma que Peter Sloterdijk lo describe en su ensayo (Die Zeit Sept. 1999) “Normas para el parque humano”. Para él, el humanismo tradicional articulado por el ejercicio de la escritura/ lectura está perdiendo terreno ante la emergencia de los “mass media” donde no hay una solución estructural y política para el inevitable “embrutecimiento” del hombre. Lo que en definitiva es terreno fértil para el surgimiento de autocomplacencias colectivas.

Hace unos días me tope con el texto del discurso del premio Nobel de literatura de 2017. En su discurso, Kazuo Ishiguro se pregunta por la creatividad en tiempos difíciles, justamente en estos tiempos de autocomplacencias irresolubles. Al leerlo me identifique con él pues describe muy apropiadamente el sentimiento que me provoca, contrastar el Chile que llevo dentro con el Chile de hoy. Su discurso, además, plantea preguntas muy profundas y actuales …. como, por ejemplo: en su visita a las ruinas de Birkenau y Auschwitz, se pregunta: .- ¿Debían protegerse estas ruinas? ¿Debían construirse sobre ellas bóvedas de metacrilato para cubrirlas y preservarlas para que las pudieran ver las siguientes generaciones? ¿O debía dejarse que, poco a poco y de forma natural, se fuesen deteriorando hasta desaparecer? Me pareció una poderosa metáfora de un dilema más amplio. ¿Cómo había que preservar estos vestigios? ¿Las cúpulas acristaladas transformarían estas reliquias de la maldad y el sufrimiento en triviales piezas de museo? ¿Qué debemos recordar? ¿Cuándo es mejor olvidar y mirar hacia adelante? -. y continúa: …muchos de los que habían sido testigos de primera mano de los horrores de la guerra ya no estarían vivos. ¿Y entonces qué? ¿Caería sobre mi generación el peso de recordar? Nosotros no habíamos vivido los años de la guerra, pero al menos nos habían criado padres cuyas vidas habían sido modeladas de forma indeleble por aquel periodo. ¿Tenía yo, como narrador de historias con una proyección pública, un deber del que hasta ahora no había sido consciente? ¿El deber de transmitir lo mejor que pudiese los recuerdos y lecciones de la generación de nuestros padres a la que viene después de la nuestra? – adicionalmente se pregunta: .. ¿Un país recuerda y olvida del mismo modo que lo hace un individuo? ¿O existen diferencias sustanciales? ¿Qué son exactamente los recuerdos de un país? ¿Dónde se guardan? ¿Cómo se comparten y controlan? ¿Hay momentos en que olvidar es el único modo de detener los ciclos de violencia, o de impedir que una sociedad se desintegre abocada al caos o a la guerra? Por otro lado, ¿se pueden de verdad construir países libres y estables sobre la base de una obstinada amnesia y de una justicia no aplicada?

Personalmente creo que olvidar únicamente no es posible, tiene que ir acompañado de perdón cuando siempre estará vivo el dolor de unos sobre el silencio de otros. Mantener un recuerdo de los horrores de las guerras y los genocidios nos sirve para mantener, lo mejor posible, una sana conciencia colectiva evitando o disminuyendo el falso orgullo que tiende a aparecer cuando algunos “creen” ser mejores que otros, justificando lo injustificable.

Espero que en Chile la memoria colectiva no sufra de amnesia, pues de ella puede surgir la ignorancia y con ignorancia nunca es posible aprender y corregir los errores cometidos. Solo así, mirando el horror a los ojos, creo firmemente es posible, combatir la autocomplacencia y sólo así, creo también sería posible construir, como dijo Kazuo Ishiguro, una visión humanista que nos congregue.

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