sobre apegos, sufrimientos y mi abuelo


No me había decidido a escribir sobre el apego y aquí estoy.

Hace semanas que me vienen rondando sus sombras y ya he aprendido a reconocer los trucos que una mente débil utiliza ante los deseos y no estoy hablando de los fuertes y claros que se nos presentan a cada momento, no, estoy hablando de los deseos sutiles, aquellos que apenas si parecen deseos, más bien parecen ideas, ensueños, disfraces, tintes para pintar una realidad interna especifica que se instala y se queda testarudamente para bien o para mal de nosotros mismos. Pretendemos controlar el flujo de situaciones cuando estas parece nos llevaran hacia terrenos desconocidos, inesperados, a veces hostiles y otra veces atractivos y más aún bellos, entonces nos justificamos inmediatamente su posesión y con ello por supuesto cualquier estrategia que justifique nuestro actuar, generando inmediatamente la sensación del miedo a la pérdida, germen de la rabia y el dolor.

Entonces me refugio en el Dharma. En medio de sensaciones intranquilas y mi frágil lucidez, sanar es tomar refugio en lo único que sé que me ayudará generar renuncia, de esa renuncia se genera libertad y de esa libertad, calma y sosiego.

Sucedió que mi trabajo cambió. No fue algo brusco, fue un desarrollo pausado, lento como cuando un barco muy grande y pesado debe cambiar de rumbo y creo que precisamente por esto es que no me di cuenta cuando un día me encontré navegando en aguas desconocidas.

Hace una semana, en una reunión de gerentes de desarrollo de negocios, mi antiguo trabajo, tuve que presentar una introducción sobre la gerencia de ventas de proyectos, que es mi nueva función. Hasta ese momento no había sentido el cambio. Fue una sensación muy sutil, como si de pronto identificara lo que significa trabajar como gerente de desarrollo de negocios y percibí la pérdida de poder que el cambio traía consigo. Como gerente de venta de proyectos no lo tenía o por lo menos no el mismo. Fragüé mil argumentos para convencerme de que estaba bien, pero finalmente admití que no lo estaba. Dejar el poder, sentir el vacío que produce el flujo del cambio fue cuando menos incómodo y así me sentía. Ir soltando las amarras que tenía fue doloroso, un dolor cuyas raíces reconocí estaban ligadas a mi apego.

Hice mi presentación, respondí preguntas, fui ganando terreno en un área nueva y colocarse en una perspectiva lejana de las cosas apoyó el verlas de manera holística por una parte y por otra, evitar que de un apego antiguo surja uno nuevo. Me enfoqué en los demás, en aquellos a los que podría ayudar y servir.

Mi maestro una vez, cuando yo estaba ofuscado pues no fui el elegido para un importante cargo en la comunidad de Basilea, me dijo: “no permitas que tu falso orgullo y tu ambición te cieguen. Alégrate poder servir a otros. No siempre estar en el centro de la atención de todos es sinónimo de felicidad. Las más de las veces es mejor estar tras el escenario, que sobre él”. Sus palabras las recuerdo siempre que me embarga la ambición, la avaricia y el falso orgullo. Entonces me enfoco en los demás y veo la libertad que de ello emana y la tranquilidad y la felicidad que nos brinda poder ser parte de la alegría de otros. Eso es paz, coronada con la alegría. Y es algo que me está gustando.

Entre tanto, estábamos en un hotel en Freiburg y en las noches leía un libro que ante mis propios procesos internos, no me dejó indiferente, es más quizás hasta catalizó algunos.

Víctor Frankl, y el hombre en busca de sentido, me inspiró a mirar desde la distancia, la vida y observar donde me quedo enredado, cuales son las cosas que aún no suelto y porque sirve para “ser” feliz en la práctica, orientarse a los demás, servir a los demás con las cosas que hacemos, ser honestos y claros con nosotros mismos y con otros y practicar, lo que lo budistas llamamos disciplina moral. Hasta en los más mínimos detalles, tener a los demás como foco es practicar disciplina moral y practicar esto con amor da una “libertad” insospechada, descubrí. Víctor practicó precisamente esto y lo hizo no como nosotros sentados cómodamente en una oficina ergonómica, con vista a la ciudad, sino en un campo de concentración. Descubrió que la decisión del sentido de las cosas en la vida las da uno mismo, para bien o para mal propio y nos la damos independientemente de las condiciones externas, que servir es mejor que lucrar sólo por uno mismo y que finalmente obrar “bien” y conscientemente es enfocarse en la necesidad de los demás con alegría, esto es la base de una paz interna profunda, alcanzable, realizable y veraz.

Curioso, pero puedo comprobar estas cosas en la práctica superficial de mi trabajo, en la interacción con cada persona en el día a día, brindándome la oportunidad de servir y de sentir la alegría que brota, cuando vez la sonrisa en un rostro ajeno.

Pero Victor y su libro no sólo influyeron en esto. Sino que, me ayudó a aclarar, a reconocer las muchas cosas que aun sostengo y que esperan ser liberadas. Cosas que tiene que ver con mi familia y su historia. Fue muy fuerte la presencia de mi abuelo. Su figura aún está presente y a través de la lectura se hizo patente aceptar y darle espacio a muchos sentimientos guardados en algún desván del corazón. De toda la familia él fue el único que murió en un campo de concentración, precisamente en Bergen Belsen. Mi padre estuvo en un campo de trabajos forzados y mi abuela reconvertida al cristianismo esperó el fin de la guerra para poder irse a Chile viuda y con un hijo enfermo de tifus. Mi padre, también estuvo presente en estas divagaciones. Él se marchó inesperadamente en el 2001 sin que pudiéramos conversar sobre su vida ni mucho menos sobre mi abuelo.

A través de Victor Frankl tuve una visión de lo que pudieron haber vivido y sufrido, ellos, así como tantos otros en aquellos días infames. Decidí ir a Bergel Belsen para despedirme, soltar tanta desolación, tanta pena guardada y así finalmente cerrar otro ciclo, honrar su memoria y su vida y el sufrimiento de tantos y de todos.

Los caminos de los Budas son misteriosos para nosotros. Pero ellos están aquí y nos bendicen continuamente, con un amor y una compasión infinitos. Esto es un acto de Fe y cuando la Fe está en marcha las cosas suceden, así de simple es. Pero esto es parte de otro texto.

Quiero terminar éste, dedicándolo a la felicidad de todos los seres. Que las bendiciones de los Budas caigan sin cesar sobre Israel y Gaza, en Ucrania, sobre todos los rincones del mundo, sobre vuestros corazones y sobre los de todos los seres sintientes.

Que las bendiciones y el amor no cesen nunca.

Juan

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