Una cuestión largamente esperada.



Desde los ’70, he venido observando el rasante desarrollo de tecnologías digitales cuya historia es conocida y evidentemente espectacular. 

Asociada a ellas, la robótica, la Inteligencia artificial, las comunicaciones, la automatización y muchas aplicaciones específicas en la industria, sin embargo, fueron promocionadas e incentivadas como el santo grial para el trabajador del futuro, mas tiempo para la familia, mejor salud y mayores alternativas para la entretención y esparcimiento. 

Recuerdo la gran cantidad de visionarios, en los ’60 y ’70 imaginando un futuro esplendoroso donde la tecnología parecía ofrecer la solución a muchos problemas de la sociedad. Por supuesto que no todos pensaron un mundo iluminado y aparecieron también los que veían en todo este incontenible desarrollo, amenazas al hombre, a la sociedad y al planeta. Pero cuando se trataba la contabilidad de los benéficos vs los riesgos tendieron a ver este ambiguo futuro luminoso como la siguiente escala evolutiva del hombre. La globalización de la economía y el crecimiento económico y social. El fin de la historia el último hombre. 

La ciencia ficción como un subproducto de estas visiones colmaban libros, cine, televisión, revistas y diarios. Y en charlas televisivas o en artículos sobre futurología se promocionaba un futuro con menor sufrimiento y más alegría para todos los seres humanos. 

Pero en el camino, nos olvidamos de tantas cosas persiguiendo este nuevo “becerro de oro”. Nos olvidamos de que nuestro mundo no es infinito, y que los recursos son limitados al final. Nos olvidamos de nuestros hermanos más necesitados, corriendo frenéticos tras un éxito huidizo y egoísta. Nos olvidamos de nuestras familias en trabajos complejos y demandantes de esa misma tecnología destinada a liberarnos. 

El mundo estaba desapareciendo. Nuestra sociedad se comía un planeta tierra ya a principios de agosto en el 2017, no permitiendo que los recursos renovables pudieran regenerarse, los contaminantes de las actividades industriales saturan casi cada rincón de una geografía global. En un escenario así, donde cada economía lucha por mantener el estatus quo para los que ostentan el poder y la riqueza, y donde el chorreo del éxito de unos pocos nunca llega a todos y el dinero marca la estrella del éxito frenético o febril allí, el hombre estaba perdido. 

Y resulta que un diminuto virus, emergiendo desde una de las economías mas grandes del planeta, pone de rodillas lo que parecía indestructible y develando la fragilidad del hombre frente a la muerte nos entrega lo que todos estos decenios de desarrollo nos habían prometido, tiempo con nuestras familias, tiempo para nosotros mismos, para proteger así a los demás, tiempo para meditar.

La naturaleza en un movimiento magistral se liberó de un momento a otro del dolor y la herida que nuestra civilización le estaba infringiendo y en un regalo que, dudo nos merezcamos, dejó que el aire fresco volviera a soplar en las contaminadas ciudades de la tierra, cuyos habitantes deben guardar cuarentena, logró devolver la transparencia a las aguas de Venecia, por ejemplo,  y con ello los delfines a nadar en sus calles. Nos está entregando algo que solo nuestro subconsciente imploraba a gritos: Descansar, detenernos, parar y observando lo que la vida es en esencia, viéndonos en ella, vivirla, verdaderamente.

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