Algunas palabras de mi maestro ... (3)

Los grandes maestros del pasado hacían milagros. Hay muchas historias en las escrituras que hablan de estas proezas, nos decía nuestro maestro. Hoy en día, no es que no se hagan, para lograrlos se necesita un corazón puro, gran concentración y fe y para aplicarlos correctamente, si es que es necesario, sabiduría y bajando el tono de la voz, poniendo un aire de misterio que acaparaba más nuestra atención, agregaba, estos dones sin embargo, son poco importantes cuando se habla de generar compasión y amor por todos los seres. 

Hubo una vez un joven monje, nos relataba, que tras convencerse de la fuerza de la mente y con plena convicción sobre sus capacidades, decidió experimentar con estos dones y sentándose a la orilla del río se puso a meditar para trasladarse levitando a la orilla contraria donde se estaba celebrando una puja. 

Resultó que paso el tiempo y seguía allí mismo, concentrado, apasionadamente convencido de utilizar únicamente su pensamiento para trasladarse de un lado al otro del rio. Pasó por allí su maestro que sutilmente le preguntó por su cometido y el joven monje serio, concentrado y sereno le respondió; debo ir a la otra orilla y sólo lo haré con la fuerza de mi mente. El maestro entonces, no dijo nada más y se alejó.

El lo observaba a la distancia, mientras el joven monje permanecía en la misma posición sin despegarse un centímetro del suelo, concentrado, convencido de alcanzar esos dones. 

Entonces, al maestro le nació una gran compasión, y fue tan grande que cuando su alumno llevaba ya muchas horas sentado en la misma orilla del río, sin aflojar un momento su concentración, sin comer y sin beber, se le acercó e interrumpiéndolo de su meditación le dijo: querido alumno levántate ya de tu meditación, pues aun cuando todo está en la mente y queramos probar con ella y solo con ella la verdad, es a veces más sabio vivir en el mundo y trabajar para el bien de otros que lograr dones y hacer milagros. Es más fácil que toméis estas monedas y os trasladéis a la otra orilla con la ayuda del barquero. 

Sorprendido su alumno lo miró y le respondió con una sonrisa; diciendo desde su corazón, gracias maestro, eres muy bondadoso por cuidar de mí y enseñarme de mis propios errores, la verdad de la sensatez.

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