Preparativos para un cumpleaños
Este fin de
semana cayó la primera nevada en Basilea y esta semana mi cumpleaños cae un
miércoles. Casualidades de medio siglo. Como sea, hace mucho que estas
efemérides han ido perdiendo su brillo, eclipsados por los festejos de mi
infancia creo, cuyos destellos en mi memoria, se los agradezco a mi madre y a mi padre. Este año voy a cumplir 49. Debo admitir que estuve
leyendo lo que algunos numerólogos dicen sobre este número, pero una vez más me
desengaño, no hay mucho que compartir.
Nada que deba temer, excepto mis propios miedos.
Hoy, cuando
se acercan algunos y me dicen: pero que bien te vez, si parece que los años no
pasaran por ti, y preguntan y que vas a hacer?, o me llaman por teléfono
para relatar cosas que sólo pasan una vez al año, o el saludo típico
de mi madre que termina siempre con su historia sacrificada de mi nacimiento, donde ella estuvo a punto de morir; me inducen al autoanálisis, entonces conjurando un sortilegio para dehacerme de él, esbozando sonrisas de utilería, chistes
de segunda y buenos modales, los invito a todos a una charla amena sobre lo más irrisorio
de la vida, el paso del tiempo. Internamente busco el refugio de los budas, la
paz interior y me imagino en un retiro de años en un monasterio alejado del
tumulto y la vorágine, meditando para la felicidad de todos los seres, todos
los días, no sólo el de su cumpleaños, ajeno a toda la parafernalia que
envuelve un cumpleaños tras el otro. Debo decir, sin embargo, que me agradan los saludos por Email, esos los
puedo leer cuando quiero, donde quiero y cuando los
respondo lo hago con dedicación, trayendo a mi mente a la persona que me escribe, silenciosa
y tranquilamente, sin tanta farándula. Cosas de viejos dirán algunos. Quizás digo yo.
El fin de
semana recién pasado desperté con un dolor de espalda, emblemático, especial, irrenunciable.
Estaba ahí. Apenas me dejaba caminar. Me detuve en la imagen que me reflejó el
espejo y vi ante mí a un señor de edad mediana, canoso, barbudo y encorvado, como si de pronto fuera a
cumplir 79. Asi será la vejez? me pregunté y me rebelé ante el esbozo de una respuesta intuitiva.
Entonces sacándome de mis elucubraciones, aparece Tara que, tendiéndome en la cama con misericordia, me hablaba de unos masajes y del colchón que
parece hay que cambiar. En fin, después de su milagrosa mano quedé como nuevo,
increíble. Se lo agradecí sincera y cariñosamente. Pero la imagen del señor del
espejo se me quedó en la retina. Lo volveré a ver?, quien sabe.
Me tomaré
libre el día de mi cumpleaños. No iré al trabajo, me levantaré tranquilo, iré a
trotar media hora y después a tomar desayuno. Luego invitaré a Tara a un paseo por la ciudad
y quizás terminemos en un sauna, con piscina temperada, masaje y todo.
No sé si me visitarán mis hijos. Si
todo se da los invitaré a un fondue de queso. Veremos qué pasa, hacia donde me
llevarán las pequeñeces de un día cualquiera. Mucha planificación me da estrés.
Prefiero la simpleza de cada momento,
antes que la complejidad de un programa cronometrado y eficiente de la
diversión. Es tan alemán eso. Y es que
en general ellos se esfuerzan por
cumplir sus programas a la letra, con la esperanza absurda que al final les
espera la felicidad del deber cumplido. Y lo peor es que efectivamente son felices así.
Como sea que ocurran todas estas cosas, ellas no tienen real importancia. Les deseo a
todos un buen día, tengan cumpleaños o no. Ese es sólo un motivo más para
celebrar lo que se debería celebrar todos los días, la vida.
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